16 oct 2016

Conciencia vegetativa (Mónica Prádanos)




            Aquel día se encontraba cansada. Lo supe por su extraño saludo. Parecía el mismo, a viva voz y sonriente, pero después de tantos años sabía distinguir entre sus sonrisas verdaderas y las forzadas. Se movía con vitalidad por la casa y hablaba sobre su trabajo, como siempre.
            Casi.
            Pasado un tiempo desapareció la sonrisa forzada, arrastraba los pies mientras iba de un lado a otro, se olvidaba de hacer cosas.
            También se olvidó de mí, y yo, que parecía el único habitante de esa casa que se daba cuenta de su estado, empecé a morir lentamente. Cada día caían varios pedazos de mi cuerpo y estos se secaban en el suelo. Pronto tuve que aprovechar hasta la última gota de agua para no deshidratarme.
            Deseaba preguntarle a ella qué le sucedía; a los demás, por qué no la ayudaban. Pero ellos, todos ellos, que sí podían hablar y moverse, dejaban que el tiempo continuara marchitando lo que antaño fue alegre y lleno de vida.
            A ella.
            Y a mí.

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