25 sept 2017

Mi tierra

Viví en un pueblo en el que el tendero pegaba las cáscaras de los pistachos que se encontraba por el suelo, y después volvía a venderlos al peso, con sonrisa juguetona, y echándote algún gramito de más como haciéndote un favor.

El dueño del bar, tras un retiro espiritual con su amante, volvió convertido en experto homeópata, y nos aplicaba su filosofía médica con excepcional maestría: una parte de licor por cada cien de agua.

El carbonero, en vez de café, desayunaba algún diurético, y después de aguantar estoicamente toda la mañana, al final de la jornada se meaba en el carbón para que pesara más al día siguiente.

Los comerciales crecían como evangelistas, y llenos de fe predicaban las infinitas bondades del Dios que les otorgara una mejor comisión.

Y la carnicera, pobre filántropa desafortunada, sacaba todos los días a pasear algún perro de la protectora, con tan mala suerte que siempre se le perdían antes de regresar.


Pero eso sí, entre tanta picaresca, si algo nos unía cuando no había fútbol, era la certeza de que el único ladrón era el alcalde.

16 sept 2017

Tierra

Nació en una tierra seca y árida, fría y calurosa y sintió un agujero en las tripas que la incitó a buscar el paraíso. Ese hueco la llevó a zonas fértiles de gentes amables y creativas, pero seguía buscando porque tenían defectos. El agujero era grande, y visitó áreas húmedas y verdes de personas afables, pero el hueco permanecía, llovía demasiado y siguió buscando el paraíso en planicies de colores y soles de gentes con chispa , pero hacía demasiado calor. Siempre se preguntaba dónde estaría el lugar idóneo, mientras  buscaba por aquí y por allá. Hasta que  un día el abismo de su estómago la llevó de nuevo a la tierra seca y árida  de sus orígenes convencida de que el paraíso había que crearlo uno mismo y trabajó en ello, desapareció el vacío y surgió el esfuerzo para hacer de aquel erial su edén. Creó el espacio aceptando la aridez de la llanura regándola con sus deseos y afectos. Y llegó a  amar lo que antes había desechado,  porque el edén está en uno mismo y su actitud ante la vida.

Y allí terminó sus días hasta que sus cenizas abonaron una vez más la tierra que la había visto nacer.

Aina Rotger Carlón