8 dic 2016

Solo entonces (Mónica Prádanos)




            «¿Por qué sigues guardando ese trasto?», le decía su hermana menor. «Podrías sacar un dinero si la vendes; ahora está de moda lo vintage», le aconsejaba un amigo. «Solo sirve para ocupar sitio y acumular polvo», esa era su mujer.
            No lograban entender que en los peores días, y también en las peores noches, la mecedora era lo único que lo liberaba. De incertidumbre, de soledad. Cuando la empujaba suavemente, se movía de adelante atrás, de atrás adelante. Los crujidos leves parecían fortalecerse entre las paredes del sucio desván.
            Él se sentaba en el suelo, atento al vaivén, con las piernas cruzadas como solía hacer años atrás, cuando era un niño feliz y despreocupado.
            Y era entonces, solo entonces, cuando volvía a escuchar las historias de su abuelo.

26 nov 2016

Para que me mezan con cuentos

Para que me mezan con cuentos, como a León Felipe, para eso me he comprado la mecedora, sí señor, y para ponerme a escuchar flamenco y que me vaya ganando y creciendo por las venas, cuando ya no pueda más arrancarme a bailar, a taconear, a quemar el deseo.

Para que mi vida sea sueño como la de Calderón de la Barca, también para eso me he comprado la mecedora, que mecerme allí, al abrigo del frío y de las penas, me hará dormir y soñar los sueños más lindos.

Y el vestido negro, y el mantón de manila, y hasta una rosa roja con espinas en el pelo, todo eso me he comprado, para cantar con Mayte Martín cómo me cala el amor hasta los huesos y con Federico García Lorca recitar el Romancero Gitano.

Absolutamente desnuda debajo, para llegarme a orillas de la mar que tanto anhelaba Alberti, con aquel miedo suyo de que su voz muriera en tierra.

O no, o dedicarme al absurdo grito que me dé la gana de echar fuera, porque es malo quedarse los quejíos dentro, la ahogan poco a poco a una, y la van poniendo la cara avinagrada y te salen en la mirada los malos vientos.

Porque necesito, una vez más, crearme un mundo a mi medida, como gusta de hacer Julián Alonso en sus poemas, y tejerme una nueva bufanda con los colores del arcoiris que tanto enamora a mi sobrina, y soñar los sueños míos y los ajenos.

Poquito a poco, meciéndome lentamente, soltar el llanto que llevo desde hace tantos, tantos años, hasta que me ahogue en él para renacer de nuevo y poder seguir mirando al horizonte esperando que una vez más el milagro de estar viva venza sobre todos mis miedos.


Para eso me he comprado la mecedora, para eso escribo estas líneas sentada en su regazo, tal vez incluso para eso, al final, si que sea éste el cuento que os lea en esta tremenda noche de invierno.

21 nov 2016

Luna nueva



Un día al mes la luna no aparece, no la podemos ver, pero … y ese día ¿qué hace? El día que la luna no sale en realidad no para. Se pasa todita la noche visitando en sueños a todos aquellos a los que ella más quiere. Se desliza despacito por las rendijas de las ventanas y deposita un beso cálido y hermoso en la cara de todos los niños del planeta. Tiene que ir muy muy rápido, ¡¡ hay muchísimos niños ¡! pero no se olvida de ninguno. Por eso al despertarse en la cara de muchos de ellos luce ese día una sonrisa tan grande. ¿Quién no sonreiría si la luna le besa en sueños?


Hay otras noches que se convierte en media luna, en balancín, en noches como esas ella acoge, escucha y consuela con su mágico poder a todas las mujeres que están sufriendo. La luna llora por cada mujer que está siendo maltratada,  y por desgracia, ellas también son muchas, muchísimas, demasiadas. La luna nuevamente deposita un beso, esta vez dulce y tierno, para intentar curarlas, abrazarlas, y aunque no logra cambiar su mala vida, por la mañana cada una de esas mujeres que están siendo infelices, encuentran al lado de su corazón chamuscado una lágrima que no las pertenece. La luna en sus sueños ha llorado con ellas, las ha querido, y reivindica que se acabe ya, de una vez, con el dolor que las hiere.

27 oct 2016

Cansada

Aquel día ella se encontraba cansada, le pesaban los pies como yunques, los brazos como columnas , había cuidado a unos niños que no eran los suyos, limpiado en dos casas y aún así sonreía, y cálida contestaba a mis preguntas de ¿cómo te va?.

 Se lo notaba en los movimientos lentos, en ese limpiar minucioso, cansada de tener a los hijos lejos que solo la llamaban para pedir, pero con esa alegría al sonreír que me desmontaba,. Yo sola, sin responsabilidades describiendo la afanosidad de cómo pasaba la aspiradora, y ese llamarme niña, pese a que tenía su edad pero vivía con mi madre y eso me convertía en niña, una niña que se aferraba a la escritura mientras ella pasaba el polvo y ponía el aspirador. Aquel día ella se encontraba cansada y yo vacía e irresponsable me detenía en describir su alegría cansada, su amabilidad protectora , su trabajo minucioso mientras yo tenía que ir al gimnasio y cansarme para dormir bien y olvidarme de mis privilegios de niña. Ella ejercitaba musculo con el aspirador mientras yo corría por la cinta mecánica, el esfuerzo de levantar el cubo de la fregona lleno de agua mientras yo levantaba pesas de niña,. Aquel día ella estaba cansada y yo también, cansadas de nuestras vidas que convergían en mi casa, cansada de echarle el pulso a la vida- Ella con sus cuatro hijos en su país, y yo con mi soledad.
Aina Rotger

16 oct 2016

Conciencia vegetativa (Mónica Prádanos)




            Aquel día se encontraba cansada. Lo supe por su extraño saludo. Parecía el mismo, a viva voz y sonriente, pero después de tantos años sabía distinguir entre sus sonrisas verdaderas y las forzadas. Se movía con vitalidad por la casa y hablaba sobre su trabajo, como siempre.
            Casi.
            Pasado un tiempo desapareció la sonrisa forzada, arrastraba los pies mientras iba de un lado a otro, se olvidaba de hacer cosas.
            También se olvidó de mí, y yo, que parecía el único habitante de esa casa que se daba cuenta de su estado, empecé a morir lentamente. Cada día caían varios pedazos de mi cuerpo y estos se secaban en el suelo. Pronto tuve que aprovechar hasta la última gota de agua para no deshidratarme.
            Deseaba preguntarle a ella qué le sucedía; a los demás, por qué no la ayudaban. Pero ellos, todos ellos, que sí podían hablar y moverse, dejaban que el tiempo continuara marchitando lo que antaño fue alegre y lleno de vida.
            A ella.
            Y a mí.

10 oct 2016

Romper el cristal (Mónica Prádanos)





            Me encuentro cansada del reloj que mete prisa. De las colas, el tráfico, los pitidos, los platos sin lavar, la ropa sin planchar, los pasos del vecino en el techo. De sacar tiempo a un calendario saturado. De los favores, del poner buena cara. De las negativas, del esfuerzo inútil. De la vida, de mí, de todos.
            Cuánto me cuesta encontrar un rato. Media hora ya es un regalo. Una completa, milagro. Pero es mi ilusión, mi dicha, el opio que me ayuda a soportar todo lo malo. Algún día, me digo siempre, algún día…
            Pero pasan los meses, los años, y ese día esperado me rehúye. ¿No son ya bastantes mis renuncias? ¿No he sacrificado suficiente? ¿Cuánto más tendré que esperar? Mi paciencia se agota; la ilusión muere.
            Quizá me engaño a mí misma. Tan solo soy una adulta jugando a realizar sus sueños de niña. Quizá tener talento es buscar quimeras. O puede que, simplemente, esté haciendo algo mal. ¿Estoy dentro de una de esas bolas de cristal en las que parece caer nieve pero solo es plástico? Dando vueltas en la misma mentira.
            ¿Qué pasaría si rompo el cristal?