EL CINE
Recuerdo
con cariño los cines de mi niñez. El primero, el cine San Pablo; donde iba a la
sesión de las tres porque el precio era
más barato y las propinas no daban para más. Echaban películas de virtudes de
santos católicos, de Marisol o de Joselito y, con anterioridad, proyectaban
interminables Nodos para dar popularidad al Generalísimo. También visitábamos el
cine Luises, Castilla y Proyecciones de sesión continua.
Cuando
teníamos trece años, -hartas de sentirnos pequeñas y con nuestro cuerpo
abandonando la niñez para convertirnos en mujercitas-, hacíamos planes para las
tardes de domingo:
-¿Dónde
vamos hoy?
-Al cine
- Vale,
como queráis.
Y cuando
estábamos llegando Ana empezaba a refunfuñar:
-Igual a
mí no me dejan pasar. Estoy totalmente plana y esta es para dieciocho…
-No te
apures –le decíamos-. Y formábamos una fila india posicionando a nuestra amiga
en tercer lugar. Algunas veces, el portero hacía la vista gorda y en otras la
paraba para preguntarle:
-¿Cuántos
años tienes?
Si no le
dejaba pasar comenzaban los ruegos de todas para convencerlo. ¡Y nunca se nos
resistió ninguno!
Aún
recuerdo la película “Adiós, cigüeña, adiós”, y los lagrimones en los ojos de
los espectadores, la mayoría adolescentes.
Entonces
no había mucho donde elegir. Triunfaban las “españoladas” y pasamos de ver santitos y
películas musicales a ver películas sin argumento, en las que el destape era el
reclamo porque las mujeres desnudaban sus encantos y los hombres, como mucho,
aparecían en gayumbos. Era el machismo servido en bandeja aunque muchos lo
llamaban liberalismo.
¡Qué
diferente del cine de ahora! Que transmite emociones, ternura, temor, miedos,
compasión o remueve conciencias.
La última
película que he visto se titula “La habitación”. Me pareció sobrecogedora. Y
para mí, estar en el cine, dejarse llevar y sentir que estás dentro de la
historia, es una gran aventura.
…
ISOLINA