30 abr 2016

Patito feo (Raquel)

Se empeñaba en vestirnos del mismo modo, en peinarnos con la misma raya, bien marcada, como con un tiralíneas. Quería que fuéramos aún más idénticos de lo que a simple vista ya parecíamos.
Mamá se imponía querernos por igual, como lo hizo durante la gestación, pero no tardó mucho en  decantarse por él.
Fue el primero en ver la luz. Rollizo,  sano, fuerte hermoso.
- una bendición, se aventuró mi abuela en adjetivar.
Yo nací tras él, como siempre, a su zaga. Enclenque, escuchimizado, enfermizo,
 - Zarrapastroso, me definió la abuela sin conmiseración alguna.
Cierto es, que a los pocos meses de nacer y durante el resto de nuestra vida siempre fuimos como dos gotas de agua, pero no es menos cierto, que sólo lo éramos en nuestro aspecto externo, como todos sabían. Él comenzó enseguida a destacar en los estudios, a triunfar en el deporte y a pesar de ser exactos, a llevarse  sólo él,  las chicas de calle. Su personalidad era arrolladora y la mía se veía no sólo arrollada, sino derrotada por la suya.
Yo cada día era más tímido, más retraído. Tener un espejo a mi lado no me hacía verme a mí en él, ni a él en mí. Lo único que ansiaba era perderlo de vista, olvidar las comparaciones que a diario asfixiaban mi calma. No sé si hubiera podido soportarlo por siempre si no se hubiera cruzado en mi vida ELLA.
Fue ella quien comenzó a hablarme en el recreo del instituto, quien me regaló las sonrisas más bellas jamás soñadas y quien propuso la primera cita. Accedí en un tartamudeo nervioso e incrédulo.
Me pasé tres días sin comer, sin dormir y, sin poder darle tregua a los arrítmicos movimientos del corazón, al fin llegó el día. Mi hermano se reía a mandíbula batiente al verme acicalarme. Mi madre sonreía recelosa,  y mi abuela, en su habitual tono socarrón, me preguntó si la chica no se habría equivocado de hermano.
Acudí a la cita escéptico. Quizá mi abuela tenía razón. Quizá no era más que un error, o una broma pesada. Tal vez lo mejor fuera darse la vuelta y olvidarse de este asunto. Regresar al cascarón y acurrucarme en los brazos de mi madre.

Una voz, su voz, me sorprendió por la espalda. Nunca antes me había parecido que mi nombre, porque sí, me llamó por mi nombre, tuviera esa sonoridad, esa cadencia de las cosas bellas.  Nunca antes, me había parecido que mis pies, o mi piel, o todo mi cuerpo, pudiera levitar.

29 abr 2016

Reflejo (Mónica Prádanos)



            Inspira con los ojos cerrados. «Hoy ya no estarán», piensa, mientras aprieta los puños. Al abrir los ojos, los hombros se hunden junto con su ánimo. Ahí siguen esos traicioneros granos que pueblan su cara. Y, por supuesto, en la boca los incómodos hierros de su aparato dental. «Sonríe un poco, Daniel», le dice siempre su madre antes de lanzar el flash. Pero él mantiene los labios firmemente cerrados e intenta ocultarse detrás de alguien.
            Mientras camina al instituto, el peso de los libros lo encorva hacia delante. El pelo largo le oculta la cara. Sus padres no están de acuerdo con su look, pero no lo entienden, él necesita ese pelo. Esa barrera.
            En el recreo come aparte su almuerzo. ¿Quién va a querer que les hable sobre ajedrez, agujeros negros, materia oscura y teorías de universos paralelos? Es el rarito, como escuchó una vez que se referían a él sus compañeros de clase.

            El odiado repiqueteo del despertador descubre a un Daniel que ha pasado la noche en vela. Es el último día de instituto, dentro de poco irá a la universidad y sospecha que allí seguirá siendo el raro. Al menos, se consuela, le han quitado los hierros y, según su madre, ahora su sonrisa es de anuncio. Pero él no lo sabe. Hace mucho que dejó de mirarse al espejo. Hace mucho que apenas alza la cabeza.
            Ese día, un antiguo alumno del instituto da un discurso en el salón de actos. Daniel mira al suelo mientras él empieza su charla. Adivina por la confianza con que habla que será un joven guapo y exitoso. Entonces les cuenta su historia, la de un «cero a la izquierda», como él mismo se llama. Daniel levanta un poco la cabeza. Les habla de cómo se centró en sus estudios, con la única ilusión de ser capaz, algún día, de diseñar rascacielos. Les habla de que, meses atrás, ese sueño se había cumplido. Daniel levanta la cabeza completamente y se aparta el pelo para ver mejor.
            —Si queréis ser alguien en este mundo, tenéis que esforzaros —dice un hombre con entradas y unos ojos demasiado separados—, tenéis que trabajar duro. Pero ante todo —añade, y Daniel se inclina hacia delante con los ojos muy abiertos—, tenéis que creer en vosotros mismos. —Los señala con el índice—. Ese será vuestro flotador.

            Daniel levanta la persiana y mira el cielo soleado y azul. Se gira y observa su habitación, casi siempre en penumbra. No hay polvo en los trofeos de ajedrez, supone que su madre los habrá limpiado. Ella y su padre siempre han estado orgullosos de ellos. Ahora Daniel los mira y se da cuenta de su verdadero brillo.
            En el cuarto de baño, inspira con los ojos cerrados. «Tenéis que creer en vosotros mismos», recuerda mientras visualiza los ojos separados del antiguo alumno. Aprieta los puños. Abre los ojos y acerca la cara al cristal. Sus cejas están levantadas en un gesto de sorpresa. Se roza la piel con las yemas de los dedos y estas verifican lo que sus ojos ya le habían mostrado: apenas quedan ya algunos granos en la frente. El pelo tras sus orejas le da un aire bohemio.
            Al sonreír, le gusta lo que ve.

23 abr 2016

EL PATITO FEO



                             ¿Patito feo?



Todos estaban allí, en aquella solana que daba a la trasera de la vivienda.
Aquella espera era una fiesta, se cambiaban de casa.
¡SÍ!, todos contentos e ilusionados miraban hacia la calle, era por donde verían llegar a su tío con el tractor que les ayudaría en la mudanza.
Dejaban una cocina sin agua corriente, un váter compartido con la dueña,
un corral dónde crecía una parra y un sol que muchas veces les quemó la cara.
Con ellos, muchos recuerdos plasmados en las retinas, la calle estrecha, las vecinas de siempre, algún gallo mañanero, la bodeguilla y la tienda de la señora Carmen.
En fin… les asaltaba la alegría de tener algo suyo y más cómodo.
Poco a poco fueron llenando el remolque con los muebles más bonitos que tenían y dejando unos sueños por otros.
La fiesta comenzaba y las ilusiones crecían.
El tiempo iba pasando y ya instalados, fueron conociendo el lugar y a la gente de por allí.
Por aquel entonces ella tenía nueve años y nunca le enseñaron que los desprecios dolieran tanto, quizás no sabía que era eso. También por aquel entonces se jugaba en la calle y también por aquel entonces las estrellas no brillaban igual para todos.
Una tarde después del pan con chocolate, se le acercó la niña y la miró el vestido, luego las gafas para pasar a los zapatos y marchó.
Desde entonces siempre supo que hay momentos en que los patitos feos existen y a veces cuesta ser un cisne.
Pero hay muchos más cuentos y yo sé que ella se mete en ellos y ha conocido lagos hermosos y distancias pequeñas.




                                              Blanca Vicario.

7 abr 2016

Diario 16


Lunes, 13 de junio de 2016

Querido diario: estoy hasta las narices de Carla. Es una pija, una creída. Todo el día presumiendo. No para de enseñarle a todo el mundo su móvil nuevo. Todavía no ha acabado el curso, pero sus padres ya se lo han comprado para animarla a que estudie y recupere las que tiene suspendidas. Lo mismo con sus vestiditos último modelo. Tiene a todos los chicos babeando; si hasta se le van los ojos a Mario, que parece que se queda idiotizado cuando la ve. Y hay algún profesor que la saca al tablero demasiadas veces, y no será por lo que sabe de matemáticas, precisamente...

La semana pasada nos dio la lata con su nuevo “look”, y el teñido multicolor, que llama la atención desde varios kilómetros de distancia. Si parece que se ha enrollado en la cabeza la bandera gay. Y sus amiguitas Isabel y Teresa riéndole todas las gracias y dándole coba. “Carla, ¡qué chulos esos jeans!”, “Carla, ¡qué piercing más molón!”, “Mira, Carla, esas pringadas que no se coscan de nada”... y así todo el rato. Cuando se meten con alguien... es que me pongo enferma.

El viernes pasado, a la hora del recreo, comenzaron a reírse de mi amiga María, que tenía para almorzar un bocadillo de jamón de pavo. Ellas, ¡no! Ellas cada día van al bar a comprar su cocacola y su donut. Yo les paré los pies y les dije que cada una almuerza lo que quiere y que la dejaran en paz. Acabaron riéndose de mi ropa y llamándome “pringada” y “andrajosa”. ¡Tuve ganas de tirarles de los pelos!



Martes, 14 de junio de 2016

Querido diario: hoy estoy cabreada y contenta. Cabreada con la tonta ésta de Carla. Y con el profesor de música, que le ha dado el papel protagonista en el baile del festival de fin de curso. Y contenta porque me encanta bailar, y la música que ha elegido es genial.

En la organización del baile el profe, que es jovencito y está sustituyendo a Luis, se ha dejado convencer por el grupito de Carla para que las pusieran a ellas en primera fila, y a Carla como bailarina principal. A nosotras nos han dejado unas coreografías de relleno en los laterales. Los chicos se quedan tontos mirándolas. Mario también participa en el baile. Y hace un pequeño dueto con Carla...

En los ensayos de hoy el profe me ha dicho que bailo muy bien. Me encantaría ser la bailarina principal. Estoy segura de que lo podría hacer mejor que ella.





Sábado, 18 de junio de 2016

Querido diario: ¡hoy ha sido mi gran día! ¡He sido la bailarina principal! ¡Y ha sido genial!

Pues resulta que ayer por la tarde, salimos al parque con toda la gente. Ya no hay más días de clase. El curso ya casi se ha acabado. Sólo queda la excursión del lunes, y el martes nos dan las vacaciones. Así que estábamos todos como locos.

Mogollón de gente de todos los colegios con sus bolsas de botellas. ¡Hala! Todos al parque. Parecía una romería. Total que por cinco euros te podías tomar lo que quisieras. ¿Y qué pasó? Pues que la “niña bonita”, Carla, tenía que ser la más guay y tomar la que más. Así que acabó con un pedo descomunal, llorando como una niña y diciendo tonterías a tutiplén.

Y ya, la tremenda fue cuando se cayó redonda al suelo. Al principio pensábamos que se había tropezado. Pero al ver que estaba inconsciente, ¡menudo cague! Todo el mundo se marchó pitando. Nosotras intentamos que se despertara. Pero acabamos llamando a urgencias y cuando llegaron nos fuimos corriendo. ¡Cualquiera se queda en esta movida! Les he dicho a mis padres que yo no estaba en ese parque...

Total que a Carla la llevaron al hospital con coma etílico (eso decían hoy los profesores). Y todavía está ingresada. Y el profe de música me ha pedido a última hora si yo podía sustituirla, y me he puesto super-mega-extra-hiper-contenta. Solo hemos tenido media hora para ensayar antes del festival.

El festival en general ha estado bien. Pero nuestro baile ha sido lo mejor. Nos ha salido genial. Mogollón de aplausos. Hemos tenido que salir a saludar porque no paraban de aplaudir y silbar. Nunca me pasó nada igual.

Y cuando ha acabado nuestra actuación, ¡alucina, Diario!, ¿quién me ha pedido que vaya con él en el autobús en la excursión del lunes? ¡¡¡Mario!!! Casi me desmayo. Creo que me he puesto roja como un tomate. Luego, cuando ya se marchaba con sus amigos, se ha acercado a mi y me ha dicho: “hasta el lunes, Beatriz”. Y me ha sonreído...

Hoy soy plenamente feliz. Parece que merece la pena tener 16 años.

3 abr 2016

LLEGAR TARDE







                                            Llegar tarde





Acordaron encontrarse en un lugar concreto, allí donde el silencio escucha su propio sonido. Allí, donde las amapolas aun estando acompañadas sienten su propia soledad.
Ella como las amapolas vivía rodea y sola. Desde que a su marido la muerte le viniera a visitar, vagaba como transeúnte, sin rumbo fijo, descansando en cada estación del tiempo, gritando palabras, queriendo poner marcha de nuevo como hacen los trenes.
Quería emprender viaje y la atemorizaba un después. Había estado tan acostumbrada a no ser ama ni señora que ni los espejos reflejan su imagen cuando se mira.
Su vida transcurrió siempre frente a un austero mandato, en  una intolerancia y sumergida en un mutismo que la encogía el alma. Jamás pudo estar ni en paz ni en una armonía.
De ahí y ante  su pasado estudiaba como adolescente aquel encuentro. Se verían al caer la tarde, en esa hora precisa cuando el ocaso atrae miradas.
Julio era parco en palabras de tímida expresión, en sus años había sido buen mozo, bien apañado en figura como dicen en los pueblos. El paso del tiempo y su gran dedicación al campo le condicionó y vivió apocado ante ciertas sensaciones que descartó.
Ahora era diferente, Julio sentía esa gran alegría de una espera, apreciaba de nuevo las leves taquicardias que tantas veces sintió cuando miraba a María.
Nervioso, tomaba cada poco el vetusto y dorado reloj de bolsillo; faltaba poco, llegaba el tiempo y se puso encaminado hacia el destino.
Ella  impaciente, a paso ligero llegó al lugar; un viento fresco soplaba en su cara, se sentó descansó  e  inmiscuida en su pensamiento comenzó a esperar.
Sonaban las siete horas en la tarde, era largo rato y él no aparecía.
Las campanas comenzaron a sonar despacio para confundirse en un gran sonoro y seguido repique; tocaban a muerto. El pueblo sabía de aquel difunto. María siempre pensaba en un campo de amapolas.

   
                                                     Blanca Vicario