Arrastra
los pies y avanza con esfuerzo, agarrado a su bastón como el árbol a su raíz.
Tembloroso, logra sentarse en la butaca que, por llegar siempre antes que
nadie, quedaba reservada para él. Ya no puede tomar las palomitas que impregnan
el ambiente con su olor. Por único acompañante, una botella de agua. La gente
empieza a llenar la sala y, con ella, llega ese murmullo tan conocido, una
conexión con las personas reales.
Las luces
se apagan y la pantalla ilumina los ojos brillantes y entusiastas, cuya única
diferencia con los de antaño son las arrugas que los rodean. Primero los
tráilers, una promesa de futuro. Después el inicio de la película, anunciando a
los actores, al productor, al director. La excitación está al límite. Y, al
fin, la historia cobra vida, envolviéndolo en ella.
El fundido final
a negro, pasados ya todos los créditos, revela una sala vacía y silenciosa. Una
butaca sigue ocupada por un espectador que ha visto su última película.
(Encuentro Relatores 18/Marzo/2016)
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