Para que me mezan con cuentos,
como a León Felipe, para eso me he comprado la mecedora, sí señor, y para
ponerme a escuchar flamenco y que me vaya ganando y creciendo por las venas,
cuando ya no pueda más arrancarme a bailar, a taconear, a quemar el deseo.
Para que mi vida sea sueño como
la de Calderón de la Barca, también para eso me he comprado la mecedora, que
mecerme allí, al abrigo del frío y de las penas, me hará dormir y soñar los
sueños más lindos.
Y el vestido negro, y el mantón
de manila, y hasta una rosa roja con espinas en el pelo, todo eso me he
comprado, para cantar con Mayte Martín cómo me cala el amor hasta los huesos y
con Federico García Lorca recitar el Romancero Gitano.
Absolutamente desnuda debajo,
para llegarme a orillas de la mar que tanto anhelaba Alberti, con aquel miedo
suyo de que su voz muriera en tierra.
O no, o dedicarme al absurdo
grito que me dé la gana de echar fuera, porque es malo quedarse los quejíos
dentro, la ahogan poco a poco a una, y la van poniendo la cara avinagrada y te
salen en la mirada los malos vientos.
Porque necesito, una vez más,
crearme un mundo a mi medida, como gusta de hacer Julián Alonso en sus poemas,
y tejerme una nueva bufanda con los colores del arcoiris que tanto enamora a mi
sobrina, y soñar los sueños míos y los ajenos.
Poquito a poco, meciéndome
lentamente, soltar el llanto que llevo desde hace tantos, tantos años, hasta
que me ahogue en él para renacer de nuevo y poder seguir mirando al horizonte
esperando que una vez más el milagro de estar viva venza sobre todos mis
miedos.
Para eso me he comprado la
mecedora, para eso escribo estas líneas sentada en su regazo, tal vez incluso
para eso, al final, si que sea éste el cuento que os lea en esta tremenda noche
de invierno.
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