No puedo escribir sobre tu
muerte. En cuanto empiezo una opresión horrenda se instala en mi pecho y el
aire comienza a faltar a mi alrededor. No, no sé si es que aún es pronto, o
simplemente es que es totalmente imposible hablar de tu ausencia, de tu marcha,
y la palabra asesinato, no, no puedo, es superior a mí decir que te han matado.
Puedo hablar de otras mil cosas, pero me han pedido que vaya al juicio, que
declare quién te asesinó, por qué, cómo lo hizo,… Para colmo allí estará tu
mujer, a la que lógicamente, como amante de su difunto esposo, no caigo
demasiado bien, menos mal que de eso, me han asegurado, no hablaremos. Al fin y
al cabo prácticamente estabais separados.
¿Cómo pretenden que hable de
las llamadas misteriosas que recibías? De aquella voz neutra, fría, que te
deseaba la muerte una y otra vez.
¿Cómo pretenden que explique
que habíamos quedado aquella noche en vernos a las diez, en el mismo bar de
siempre, pero que no llegaste ya nunca?. Aquel bar al que sigo yendo cada noche, a las diez
también, por si logro engañar al destino, y en alguna de esas es todo mentira y
apareces.
¿Cómo pretenden que cuente
que desesperada empecé a llamar a tu móvil? Que la misma voz fría y neutra me
contestó tranquilamente y me aseguró que había llegado por fin la hora de
matarte.
Desde hace ya varios días
mientras estoy sentada en el bar, y nunca antes de que me haya levantado para
poner en la máquina nuestra canción, suena mi teléfono, ya no digo nada, sólo
escucho su voz neutra y fría, que me dice “eres la siguiente “
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