En
el colegio me hervía la sangre cada vez que alguien sacaba notas mejores que
las mías, así que aprendí a ser el mejor en todo, para que nadie me ganara
nunca. Llegué al instituto, y la competencia era mayor, ardía en deseos de
dejarlos a todos atrás, por lo que empecé a usar algunas artimañas con las que
destacar: mentía, engañaba, traicionaba… lo normal en aquellos a los que nos
abrasa la envidia. Así, me presenté en la universidad siendo el primero, y poco
a poco fui quemando etapas, carbonizando a aquellos incautos que se ponían en
mi camino, avanzando incombustible entre las cenizas que rodeaban mi vida,
hasta conseguir todo aquello que me proponía, de un modo u otro.
Ahora que el frío de la
muerte abraza mis latidos, y su mano helada atraviesa mis entrañas, me doy
cuenta de que nada de lo que hice tenía sentido… y aquello que yo creía pasión, ambición, ganas de superarme... solo fue-ego.
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